Un hombre estaba poniendo flores en la tumba de un pariente, cuando ve a un Japonés poniendo un plato de arroz en la tumba vecina. El hombre se dirige al japonés , y le pregunta:
- 'Disculpe señor, pero ¿cree usted que de verdad el difunto comerá el arroz? - 'Si', respondió el japonés... 'Cuando el suyo venga a oler sus FLORES.'Respetar las opciones del otro, es una de las mayores virtudes que un ser humano puede tener. Las personas son diferentes, actúan diferente y piensan diferente. No juzgues; Comprende!
El joven discÃpulo de un filósofo sabio llegó a casa de este y le dijo:
—Maestro, un amigo suyo estuvo hablando mal de usted. —¡Espera! —lo interrumpió el filósofo—. ¿Ya hiciste pasar por las tres rejas lo que vas a contarme?
—¿Las tres rejas? —SÃ. La primera es la reja de la verdad. ¿Estás seguro de que lo que quieres decirme es absolutamente cierto? —No; lo oà comentar a unos vecinos. —Entonces al menos lo habrás hecho pasar por la segunda reja, que es la bondad. Esto que deseas decirme, ¿es bueno para alguien?
—No, en realidad no. Al contrario... — ¡Vaya! La última reja es la necesidad. ¿Es necesario hacerme saber eso que tanto te inquieta? —A decir verdad, no.
—Entonces —dijo el sabio sonriendo—, si no es verdadero, ni bueno, ni necesario, sepultémoslo en el olvido.
Un maestro oriental, cuando vió como un escorpión se estaba ahogando, decidió sacarlo del agua.
Cuando lo hizo, el alacrán lo picó. Por la reacción al dolor, el maestro lo soltó, y el animal cayó al agua y de nuevo estaba ahogándose.El maestro intentó sacarlo otra vez, y otra vez el escorpión lo picó. Alguien que habÃa observado todo, se acercó al maestro y le dijo: "Perdone... ¡pero usted es terco! ¿No entiende que cada vez que intente sacarlo del agua lo picará?". El maestro respondió: "La naturaleza del escorpión es picar, y eso no va a cambiar la mÃa, que es ayudar".
Y entonces, ayudándose de una hoja, el maestro sacó al animalito del agua y le salvó la vida. No cambies tu naturaleza si alguien te hace daño; sólo toma precauciones. Algunos persiguen la felicidad... otros la crean.
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Un gran maestro y un guardián compartÃan la administración de un monasterio zen. Cierto dÃa el guardián murió, y habÃa que sustituirlo. El gran maestro reunió a todos sus discÃpulos para escoger a quien tendrÃa ese honor. “Voy a presentarles un problema —dijo—. Aquel que lo resuelva primero será el nuevo guardián del templo”.
Trajo al centro de la sala un banco, puso sobre este un enorme y hermoso florero de porcelana con una hermosa rosa roja y señaló: “Este es el problema”.
Los discÃpulos contemplaban perplejos lo que veÃan: los diseños sofisticados y raros de la porcelana, la frescura y elegancia de la flor... ¿Qué representaba aquello? ¿Qué hacer? ¿Cuál era el enigma? Todos estaban paralizados. Después de algunos minutos, un alumno se levantó, miró al maestro y a los demás discÃpulos, caminó hacia el florero con determinación y lo tiró al suelo.
“Usted es el nuevo guardián —le dijo el gran maestro, y explicó—: Yo fui muy claro, les dije que estaban delante de un problema. No importa qué tan bellos y fascinantes sean, los problemas tienen que ser resueltos. Puede tratarse de un florero de porcelana muy raro, un bello amor que ya no tiene sentido, un camino que debemos abandonar pero que insistimos en recorrer porque nos trae comodidades.
Sólo existe una forma de lidiar con los problemas: atacarlos de frente. En esos momentos no podemos tener piedad, ni dejarnos tentar por el lado fascinante que cualquier conflicto llevan consigo”.
Los problemas tienen un raro efecto sobre la mayorÃa de nosotros: nos gusta contemplarlos, analizarlos, darles vuelta, comentarlos... Sucede con frecuencia que comparamos nuestros problemas con los de los demás y decimos: “Su problema no es nada... ¡espere a que le cuente el mÃo!” Se ha dado en llamar “parálisis por análisis” a este proceso de contemplación e inacción. Busca la solución!
Un grupo de ranas viajaba por el bosque, cuando de repente dos de ellas cayeron en un pozo profundo. Las demás se reunieron alrededor del agujero y, cuando vieron lo hondo que era, le dijeron a las caÃdas que, para efectos prácticos, debÃan darse por muertas.
Sin embargo, ellas seguÃan tratando de salir del hoyo con todas sus fuerzas. Las otras les decÃan que esos esfuerzos serÃan inútiles. Finalmente, una de las ranas atendió a lo que las demás decÃan, se dio por vencida y murió. La otra continuó saltando con tanto esfuerzo como le era posible. La multitud le gritaba que era inútil pero la rana seguÃa saltando, cada vez con más fuerza, hasta que finalmente salió del hoyo.
Las otras le preguntaron: “¿No escuchabas lo que te decÃamos?” La ranita les explicó que era sorda, y creÃa que las demás la estaban animando desde el borde a esforzarse más y más para salir del hueco.
Tengamos cuidado con lo que decimos, pero sobre todo con lo que escuchamos.
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